Todo
esto podría parecer muy complicado a simple vista, pero es más sencillo de lo
que parece. Imagínense que en el año 308 siete emperadores tenían, más bien
pretendían tener el título de Augusto: Maximiano, Galerio, Constantino,
Majencio, Maximino Daia y Licinio. Incluso Domicio Alejandro, en África, se
vistió de púrpura. Evidentemente la situación se solucionó a base de
eliminación, nunca mejor dicho, de candidatos. Maximiano fue asesinado
precisamente por Constantino, su propio yerno, en el año 310. En el 311 Galerio
muere de enfermedad, no sin antes publicar un edicto de tolerancia religiosa
hacia los cristianos, a los que persiguió enconadamente por servir de espías
para sus adversarios. Ese mismo año un prefecto de Majencio asesina a
Alejandro. Estos hechos dejan camino expedito a Constantino y Majencio en el
Oeste, y a Licinio y Maximo Daia en el Este.
Lo cierto es que la figura de Majencio ha sido considerada como la de un
usurpador por todos los historiadores, y como la de un tirano y asesino de cristianos
por parte de las fuentes eclesiásticas. Lo primero es cierto, lo segundo no
podría estar más lejos de la realidad. Majencio, de hecho, siempre practicó
políticamente la tolerancia religiosa. Y tiene su lógica dado que los problemas
que lo obligaban a gobernar al día, con el único apoyo de los pretorianos y del
pueblo romano - la plebe-, no así de los elementos senatoriales que no veían
con buenos ojos la fiscalidad impuesta a sus patrimonios, a lo que hay que
sumar la pérdida de Hispania a manos de Constantino, y la falta de
avituallamiento de Roma por culpa de los disturbios causados por Alejandro en
África, no le permitían preocuparse por quien y que religión se practicaba.
Sin embargo, quien tomó la iniciativa que
restablecería la unidad imperial fue Constantino, demostrando ser el mejor
estratega de los cuatro en liza. Sabía que Licinio, responsable de la península
balcánica, no intervendría ya que había llegado a un entendimiento con
Maximino, así que invadió Italia por los Alpes y derrotó en el Puente Milvio a
Mejencio el 28 de octubre de 312. La tradición católica entiende esa victoria
como milagrosa e incluso dice que las legiones adoptaron la cruz como emblema
para ir a la batalla, in hoc signo vinces. Pero la realidad es que el milagro habría
sido que Majencio hubiese podido vencer a las legiones sólo con sus
pretorianos, por no hablar de que las legiones mandadas por Constantino
portaban como estandarte un esbozo de lo que más tarde pasaría a ser el Crismón
o Lábaro, estandarte militar de Constantino, no la cruz, que como símbolo
cristiano no fue usado jamás, y como símbolo católico no es usado hasta bien
entrado el siglo VII. Es más, la cruz como símbolo era repudiado por los
cristianos por su origen simbológico pagano ("Los cristianos incluso
repudiaban la cruz debido a su origen pagano. [...] Ninguna de las imágenes más
antiguas de Jesús lo representan en una cruz, sino como un dios pastor a la
usansa de Osiris o Hermes, portando un cordero" - Barbara Walker, The
womans enciclopedia of myths and secrets, San Francisco, Harper and Row,
1993-).
Constantino llega a un acuerdo con Licinio, más dado a
negociar que a luchar, para repartirse el pastel, ganando a su causa a todos
los grupos religiosos que pululan por el Imperio con el Edicto de Milán de 313.
Para empezar la idea no parte de Constantino, sino de Licinio, que ya en el 311
había usado el mismo sistema firmando junto a Galieno un edicto de tolerancia
para apaciguar a los grupos religiosos de sus ámbitos gubernamentales. Este primer
edicto de 311, firmado por Licinio y Galieno, es obviado por las fuentes
eclesiásticas de forma interesada, tomando el firmado en 313 como de libertad
de culto para los cristianos en exclusiva y dando como impulsor del mismo a
Constantino. Lo cierto es que tanto el de 311 como el de 313 son edictos de
tolerancia religiosa para todas y cada una de las religiones que existen en ese
momento, no sólo para los cristianos.
Este entente entre Constantino y Licinio dejó a
Maximino Daia aislado. El edicto consiguió que las diferentes religiones en los
territorios de este último se volvieran más belicosas e incluso inspiraran
revueltas. Esto sumado a su débil posición estratégica dio como resultado su
derrota en Adrianópolis a manos de Licinio ese mismo año 313. Maximino Daia es
considerado por fuentes eclesiásticas como un acérrimo perseguidor de
cristianos (¿...?). El Imperio volvía a tener los Augustos precisos. Licinio se
convirtió en cuñado de Constantino al casarse con su hermana. Pero sólo eran
aliados en apariencia.
La necesidad de creación del "Imperium
Christianum" (306-379)
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