El cumplimiento de la promesa de Dios, o
evangelio, fue escrito por los primeros discípulos judíos en los evangelios,
que son los escritos que recogen las primeras predicaciones de los discípulos
de Jesús de Nazaret y cuyo núcleo central del mensaje es la muerte y
resurrección de Jesús de Nazaret. En un sentido más general, el término evangelio puede
referirse a los evangelios.
En ese sentido, existen cuatro evangelios
contenidos en el Nuevo Testamento de la Biblia cristiana, llamados evangelios
canónicos, reconocidos como parte de la Revelación por las
diferentes confesiones cristianas. Son conocidos con el nombre de sus supuestos
autores: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. La mayoría de los expertos considera que estos cuatro
evangelios fueron escritos entre los años 65 y 100 d. C., aunque
otros académicos proponen fechas más tempranas. Existen otros escritos,
conocidos como evangelios
apócrifos, no reconocidos como canónicos por las iglesias
cristianas actuales, de manera que estos evangelios apócrifos no son
ahora aceptados por estas instituciones religiosas como fidedignos, ni como
textos inspirados por la divinidad. Pero sí fueron considerados «escritura» por
algunas de las facciones en que se dividió el cristianismo durante los primeros
siglos de su historia, especialmente por la corriente cristiana gnóstica, que fue la que aportó la mayor parte de estos textos, y por
comunidades cristianas que conservaron una ligazón más estrecha con la
tradición judía de la que surgió el cristianismo.
Este último es el caso del evangelio de los hebreos y el evangelio secreto de
Marcos, que diversos autores (como Morton Smith) datan como contemporáneos de los evangelios canónicos y aún
como fuente de algunos de estos. Debido a este tipo de debates, hay autores que
prefieren hablar de «evangelios extracanónicos», en vez de «apócrifos», para
evitar un término que implica a priori la falsedad de los textos. El evangelio
de Tomás es incluso datado por algunos expertos en el año 50 dC,
hipótesis que lo convertiría en el más antiguo conocido.
Del elevado número de evangelios escritos en
la Antigüedad, sólo cuatro fueron aceptados por la Iglesia y considerados
canónicos. Establecer como canónicos estos cuatro evangelios fue una
preocupación central de Ireneo de Lyon, hacia el año 185. En su
obra más importante, Adversus
haereses, Ireneo criticó
con dureza tanto a las comunidades cristianas que hacían uso de un solo
evangelio, el de Mateo, como a los que aceptaban varios de los que hoy son
considerados como evangelios
apócrifos, como la secta gnóstica de los valentinianos. Ireneo afirmó
que los cuatro evangelios por él defendidos eran los cuatro pilares de la
Iglesia. «No es posible que puedan ser ni más ni menos de cuatro», declaró,
presentando como lógica la analogía con los cuatro puntos cardinales, o los cuatro vientos
(1.11.18). Para ilustrar su punto de vista, utilizó una imagen, tomada de Ezequiel 1,
del trono de Dios flanqueado por cuatro criaturas con rostros de diferentes
animales (hombre, león, toro, águila), que están en el origen de los símbolos
de los cuatro evangelistas en la iconografía cristiana.
Tres
de los evangelios canónicos, Marcos, Mateo y Lucas, presentan entre sí
importantes similitudes. Por la semejanza que guardan entre sí se denominan sinópticos desde que, en 1776, el estudioso J.J.
Griesbach los publicó por primera vez en una tabla de tres columnas, en las que
podían abarcarse globalmente de una sola mirada (synopsis, «vista
conjunta»), para mejor destacar sus coincidencias.
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