Orígenes
Desde que se instituyó la sede episcopal de
Roma, los fieles, y en mayor medida los emperadores
cristianos, fueron donando a la Iglesia romana
cuantiosos bienes territoriales, algunos de ellos constitutivos de importantes
extensiones de terreno. Estas posesiones, más otras de carácter inmueble,
vinieron a integrar lo que se conoció como Patrimonio de San Pedro,
y estuvieron diseminadas por toda Italia e incluso fuera de ella. Su
administración, aunque no convirtió inicialmente a los papas en jefes de
Estado, les confirió no obstante auténticas prerrogativas civiles y políticas
reconocidas por la Pragmática Sanción de 554 promulgada por el
emperador Justiniano I (una vez que, tras la
conquista de Belisario, Roma volvía a estar bajo la soberanía de los
emperadores, tras el interregno hérulo y ostrogodo),
entre otras la de poseer una fuerza militar que llegó a constituir un
respetable ejército puesto en acción en múltiples ocasiones, en no pocas bajo
el mando del propio pontífice-caudillo. Por otro lado, muchos de los papas
procedían de las clases dominantes romanas y ejercieron simultáneamente el
cargo episcopal y el de gobernante civil de la Ciudad Eterna. Tal
fue el caso de Gregorio Magno (590 – 604), hombre avezado en el
desempeño de funciones políticas pues había ostentado anteriormente el cargo de
prefecto de la propia ciudad (prefectus Urbis) y pertenecía a una
familia de patricios romanos.
Creación de los Estados Pontificios
Carlos Martel,
en el 741, dividió el territorio del Pueblo franco en
dos partes, una para Carlomán y otra para Pipino (sus
dos hijos). Carloman abdicó en el 747 para convertirse en monje. Cuatro años
después, Pipino El Breve (por su baja estatura), confinó en un monasterio al
último descendiente de Clodoveo, el joven Childerico III;
y fue proclamado por la nobleza rey de los francos,
y se convirtió en el fundador de la Dinastía Carolingia. Pipino no solo fue rey por
elección, sino que además recibió la bendición de la Iglesia. Obtuvo del papa Zacarías un mandato, según el cual,
quien ostentaba el poder, podía asumir el título de rey “por la gracia de Dios”,
ungido como David en
el Antiguo Testamento.
A partir de ahí se produjeron nuevas
conexiones entre el Papado y los monarcas francos. Roma se vio amenazada por
los lombardos,
cuyo ejército cercó la ciudad mientras el papa Esteban II solicitaba
inútilmente ayuda al emperador de Bizancio. Denegado el auxilio
bizantino, el papa pidió a Pipino una intervención urgente. El Rey franco
realizó dos incursiones en Italia, forzó a los lombardos a abandonar el asedio
de Roma y les obligó a devolver sus conquistas. Finalizado el conflicto, los territorios
situados en la Romaña y las Marcas no
fueron restituidos al control de Bizancio,
sino que fueron conferidos al papa -donación de Pipino, en el año 756-, como
legítimo representante del poder imperial. Este tratado destruyó a los
lombardos y permitió la constitución del Estado Pontificio independiente de
todo poder temporal, base del futuro poder de la Iglesia Romana.
Pero los Estados Pontificios no son
creados hasta el pontificado de Esteban II,
hacia 752. La tutoría del Imperio
bizantino sobre Roma y su sede pontificia estaba declinando
desde principios del siglo VIII. El distanciamiento respecto al imperio de Oriente
se hizo cada vez más patente y profundo con visos de auténtica ruptura, como
cuando el papa Constantino I, enfrentándose al emperador Filípico
Bardanes, al que tildó de hereje,
llegó a dirigir sus armas contra elexarca bizantino.
En aquel clima de tensión, siendo de temer la ofensiva del lombardo Astolfo contra
Roma tras haberse apoderado éste de Rávena,
el Papa Esteban acude, en demanda de socorro, a los francos.
Su rey, Pipino el Breve, se lo presta. La intervención
de los francos apaciguó a Astolfo, quien aceptó traspasar Rávena a la
«República Romana». Pero retirados aquellos, el rey lombardo incumplió su
compromiso y, por añadidura, puso sitio a Roma. Nueva llamada del papa al
reciente protector franco y nueva acción de éste en su auxilio.
Tras la victoria del rey franco sobre los
lombardos el papa Esteban II presentó a Pipino un fantástico documento que
pretendia ser la donación por parte del emperador romano Constantino a la
Iglesia de enormes posesiones en la península italiana, así como de la primacía
del Papa sobre los patriarcados orientales (por lo que se le llamó la Donación de Constantino). En realidad se
trataba de un documento creado ex-profeso para la ocasión, pero suficiente para
deslumbrar al analfabeto Pipino. De ese modo, sometidos por fin los lombardos,
el rey franco hizo entrega al Papa del antiguo exarcado de Rávena (Rávena, Ferrara, Bolonia,
...), de la Pentápolis (obispados de Rímini, Pésaro,
Fano, Senigallia y Ancona) y de la región de Roma, confiriendo al sumo pontífice
el dominio temporal de un estado que, con algunas variaciones geográficas,
había de perdurar durante más de once siglos, hasta 1870.
Esteban II fue
Papa del año 752 al 757. Al poco tiempo de ocupar el solio, Esteban vio en
peligro la libertad de Roma a la llegada de Astolfo (749-756) tras la conquista
de Rávena. Astolfo había prometido una tregua de 40 años, pero no la respetó
sino que decidió exigir impuestos anuales de cada habitante de Roma, a la que
consideraba su feudo. Al mismo tiempo, rechazó diversas peticiones que le hizo
un emisario de Bizancio, acompañado, por Pablo, hermano del Papa, para que
restituyera los territorios imperiales de los que se había adueñado. Ante
tantos fracasos, el Papa pidió ayuda al emperador Constantino V (741-775), pero
tampoco logró mucho, de suerte que optó por dirigirse finalmente a Pipino III,
rey de los francos (751-768), así como antes Gregorio III se
había dirigido en su momento a Carlos Martel el
año 739.
Pipino dio una respuesta afirmativa y al mismo tiempo envió dos emisarios al
Papa para escoltarlo. El 6 de enero del 754 Esteban II fue
acogido obsequiosamente por Pipino en Ponthión. Esteban volvió a suplicar al
rey para que liberara al pueblo de los longobardos. El resultado de este
encuentro fue el compromiso de Pipino de proteger la iglesia romana y las
prerrogativas del Papa, al que prometió por escrito que garantizaría como
legítimas las posesiones de San Pedro, además del ducado de Roma, Rávena, el
exarcado y otras ciudades, más otras áreas vastas de la Italia del norte y
central.
Algunos opinan que Esteban hizo sus
reivindicaciones basándose en la así llamada "Donación de
Constantino", pero no hay datos de ello. El 28 de julio del 754 el papa,
aunque enfermo, ungió solemnemente a Pipino en San Denis cerca de París,
sellándose así la legitimidad de la dinastía, y confirió al rey y a los suyos
el título de "Patricios de los Romanos". Pipino derrotó dos veces al
rey longobardo, en agosto del 754 y en junio del 756. Los funcionarios
bizantinos alegaron que los territorios pertenecían a su emperador, pero Pipino
replicó que había tomado las armas sólo por amor al sucesor de San Pedro y por
la remisión de sus pecados, de suerte que no estaba dispuesto a entregar sus
conquistas a ningún otro que al "apóstol". Seguidamente donó
perpetuamente Rávena las ciudades del exarcado, la pentápolis, la Emilia a
"San Pedro" y a la Iglesia romana.
Sin embargo, el peligro lombardo no había
quedado definitivamente conjurado por las acciones militares de Pipino el
Breve. El rey Desiderio invadió los Estados Pontificios y hasta la
misma Roma. Adriano I, Papa a la sazón (774), invocó de nuevo en
este trance a los francos para que le dispensasen su protección. Carlomagno acudió
ahora en ayuda de la Santa Sede, como años atrás hiciera su padre. El resultado fue
la restitución de los bienes de la Iglesia y la promesa, no cumplida, de
anexión de otros territorios. En todo caso, la mayor parte de la Italia central
quedó constituida en un estado independiente bajo el gobierno de los papas. En
agradecimiento, el Papa coronó a Carlomagno como emperador de Occidente en el año 800.
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