Los aires revolucionarios que soplaban con
fuerza por toda Italia derivaron en corrientes impulsoras de la unidad
nacional. El rey sardo-piamontés Carlos
Alberto asumió las iniciativas en pro de tal unidad y declaró la guerra a
Austria. El papa Pío IX, que había sido
entronizado en 1846, no quiso unirse a la
causa, actitud que no le perdonó el pueblo romano. Estalló la rebelión y Pío IX tuvo que huir de Roma en noviembre de 1848. Se abolió el poder
temporal del papa y se proclamó la II República Romana. Se organizó un
contingente militar aportado por diversas naciones católicas y el 12 de abril de 1850 el papa regresaba
a Roma, abolida la efímera república. En el verano de 1859 algunas ciudades
de la Romaña se levantaron contra la autoridad del papa y adoptaron la
plebiscitaria resolución de anexionarse al Piamonte, lo que se llevó a efecto en marzo
de 1860. Ese mismo año, Víctor Manuel solicitó
formalmente del papa la entrega de Umbría y de Marcas, lo que Pío IX rehusó
hacer. Las tropas piamontesas se enfrentaron a las del papa, que resultaron
derrotadas en Castelfidardo (18 de septiembre) y en Ancona (30 de septiembre).
La Iglesia se vio desposeída de aquellas regiones que, en unión de la de
Toscana, de Parma y de Módena -éstas por voluntad propia expresada mediante
plebiscitos-, se anexionaron al creciente reino de Piamonte-Cerdeña (noviembre de
1860), que pasaba a denominarse reino de Italia del Norte. Los Estados
Pontificios quedaban definitivamente desmembrados y reducidos a la ciudad de
Roma y su entorno, donde el papa, bajo la protección de las tropas francesas,
siguió por el momento ejerciendo su declinada autoridad civil.
En 1870 estalló la Guerra Franco-prusiana y el emperador
francés Napoleón III precisó disponer
de todos los efectivos militares, incluidas las unidades de guarnición en Roma.
Italia fue aliada de Prusia en esta contienda, por lo que contó con el
beneplácito del Canciller de Alemania Otto von Bismarck para actuar sin reparos contra las
posesiones del pontífice profrancés. Pío IX reunió ocho mil soldados en un desesperado
intento de resistir, pero el insuficiente ejército papal no pudo contener a las
divisiones italianas que marcharon patrióticamente enardecidas sobre Roma.
El 20 de septiembre de 1870 entraban
en la capital del flamante reino de Italia en cuyo palacio del Quirinal establecía su corte el rey Víctor
Manuel II.
Desde el comienzo de su pontificado el
Papa Pío IX se vio envuelto en la vorágine histórica que significó el proceso
de unificación de Italia. Ésta implicaba necesariamente el fin de los Estados
Pontificios, a lo que Pío IX se opuso tenazmente. El papa Pío IX se
autoproclamó prisionero en
el Vaticano cuando el reino papal en Roma acabó a la fuerza, los Estados Papales
se unieron al resto de Italia para formar el nuevo Reino de Italia unificado
bajo el rey Víctor Manuel II y la ciudad de Roma se convirtió en su capital.
Tuvieron que pasar 59 años hasta que,
el 11 de febrero de 1929, Pío XI y Benito Mussolini suscribieran los Pactos de Letrán, en virtud de los
cuales la Iglesia reconocía a Italia como estado soberano, y ésta hacía lo
propio con la Ciudad del Vaticano, pequeño territorio
independiente de 44 hectáreas bajo jurisdicción pontificia.
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